POSTCULTURA

Criminología de culto: Bienvenido a casa, querido Cazador: Jagten y el etiquetamiento

Bienvenido a casa, querido Cazador: Jagten y el etiquetamiento

Hoy vengo a hablaros de Jagten (traducida en España como “La Caza”), octava película del director danés Thomas Vinterberg, quién probablemente os suene a raíz de la recientemente estrenada Otra Ronda, galardonada con el Óscar a mejor película extranjera 2021 (De hecho, Jagten también estuvo nominada en 2014, pero el galardón se la llevó la evocadora La Grande Bellezza de Sorrentino).

La película nos muestra cómo la vida de Lucas, un profesor de guardería de una zona rural de Dinamarca, dará un vuelco de forma inesperada cuando Klara, la hija menor de su mejor amigo, insinúa que ha sufrido abusos por parte de él. Ante este hecho, los padres del pueblo empezarán a desconfiar de quién, hasta hace bien poco, parecía un hombre agradable y convencional.

Fiel a su estilo realista y directo, Vinterberg explora las consecuencias del etiquetamiento y de la violencia cuando la sociedad decide tomarse la justicia por su mano, en una cinta que sigue apostando por lo local, reivindicando el cine danés y europeo por encima de las producciones de gran presupuesto hollywoodienses; todo ello con un magnífico Mads Mikkelsen a la cabeza.

A partir de aquí hablaré de los principales temas que trata la película y su relación con la criminología, por lo que si aún no la habéis visto dejad de leer, porque habrá SPOILERS…

Una mancha que no desaparece

No hay duda de que una vez termina Jagten, nos quedamos con la sensación de haber visto una película sobre los efectos nocivos que el etiquetamiento tiene sobre las personas, especialmente cuando esta etiqueta se refiere al abuso de menores.

Las reflexiones sobre los estereotipos en películas que de un modo u otro tratan la violencia o la delincuencia no son raras, pero estas normalmente se basan en la destrucción de estos estereotipos (p.ej. la magnífica Gran Torino de Clint Eastwood), o en la romantización de la etiqueta del forajido y sus consecuencias últimas (p.ej. Sin perdón, del mismo director). Jagten va más allá al ponernos en la piel de un hombre corriente, un poco soso y tímido incluso, el cual, de forma rápida e inesperada, es aplastado por el peso de la etiqueta de “abusador” y el estigma que conlleva.

La decisión del director de plantear sin rodeos que Lucas es inocente funciona muy bien para lograrlo. Aunque en algún diálogo o mirada se permita una leve insinuación que lleve a los más desconfiados a esperar algún tipo de giro final sorprendente, en general la película nos deja claro que este no va a llegar y que estamos ante una buena persona a la que se acusa injustamente. Por lo tanto, no hay nada de épica, reivindicación o intento de destruir etiquetas aquí. La película no nos dice que esté mal excluir a un abusador sexual, tan solo nos muestra los efectos de dicha exclusión a través de los ojos de un personaje inocente, de forma que podamos empatizar con su situación. Así, al plantear que se está acusando injustamente a un inocente, permite a la película reflexionar sobre la justicia paralela y lo peligroso de que la sociedad se tome la justicia por su mano, sin caer en un exceso de dramatismos o mensajes moralistas. Sin duda este tema ya ha sido tratado con anterioridad por numerosas películas (me viene a la cabeza Matar un Ruiseñor como ejemplo clásico), pero creo que Jagten ofrece un punto de vista interesante al no tratar de convertir a su protagonista en un mártir. Por ello, resulta muy interesante plantearnos qué ocurriría si el giro de guión que comentaba antes finalmente se produjera, esto es, si al final descubriésemos que Lucas es culpable, ¿nos sentiríamos igual respecto la violencia que hemos visto?

Por otra parte, la película describe a la perfección cómo la estigmatización y la diferenciación entre “nosotros” y “ellos” puede servir, a modo de técnica de neutralización, para justificar la violencia hacia el otro. Lucas deja de ser Lucas en el momento que le dan la espalda; en el momento en que la desconfianza hacia él crece pasa a ser alguien que no tiene los mismos derechos que los demás, alguien a quién es justificable agredir. Siguiendo el estilo que caracteriza la filmografía del director, este realiza una exposición muy cruda y directa de la violencia, sin aspavientos pero sin censurarnos nada. Sin duda el momento que mejor expresa esto es la paliza que recibe Lucas en el supermercado, cuándo él tan solo quiere comprar algo para cenar. Esta violencia visceral y mostrada sin tapujos, como algo “normal” funciona muy bien para generar en el espectador una sensación de rabia e injusticia visceral. No es de extrañar, pues, que viendo esa escena muchos de nosotros estemos deseando que Lucas pueda vengarse de la manera más violenta posible. Con ello, Vinterberg nos manipula y logra colocarnos dónde quiere, porque, ¿acaso no estamos haciendo lo mismo que quienes le propinan la paliza a Lucas?

Más allá del hecho de que Lucas no sea culpable (hecho que solo conocemos los espectadores), tratar el estigma de delincuente y sus consecuencias es muy relevante para la criminología. Numerosos estudios muestran que la estigmatización es uno de los elementos que más preocupa a las personas una vez salen de prisión y vuelven a la comunidad (Lebel y Maruna, 2012). Esto lleva a muchas de estas personas a tratar de esconder su paso por prisión mediante mentiras, a veces incluso a sus propios familiares, con la enorme carga emocional y psicológica que supone. Debido a esto, muchas personas, una vez fuera de prisión, deciden cambiar de entorno, para evitar ser reconocidos o estigmatizados. Cómo muestra la película, cuando la comunidad es consciente de este tipo de situaciones, y especialmente los medios, pueden incluso surgir y alentarse conductas de acoso, sin necesidad incluso de que se haya cometido ningún delito, como tristemente observamos de forma frecuente respecto las personas extranjeras.

También es muy interesante el uso que la película hace del hijo de Lucas, Marcus, a modo de motor narrativo de la historia. Hay una parte, cuando Lucas es detenido, en que la acción pasa a Marcus para mostrarnos que los efectos del etiquetamiento se traspasan a las familias y al entorno cercano de las personas presas. Al respecto, hay están bien documentados los efectos negativos que el castigo penal tiene para las familias de los delincuentes, especialmente en los casos de delitos sexuales (Levenson, y Tewksbury, 2009). De este modo, vemos cómo ante una situación de lo más lógica (un hijo que defiende la inocencia de su padre) la reacción social por el delito se traslada a su misma persona (cuando le prohíben volver al supermercado), llegando incluso a la agresión física de uno de los padres.

Por lo tanto, del mismo modo que al final de la película Marcus recibe un rifle que ha pasado de generación en generación en su familia y ahora es suyo, también lo serán los rumores y los efectos que la etiqueta sobre su padre han causado. Vemos, pues, que el etiquetamiento es una mancha que no se va, y que no solo afecta al individuo etiquetado en primera instancia, sino también a su entorno. Esto se debe a la vinculación popular, especialmente presente en relación con la delincuencia violenta y sexual, de este tipo de conductas con alguna “tara” o problemática de tipo biológico, como una suerte de enfermedad incurable que se puede transmitir a los hijos. Como canta John Mayer sobre la familia: “Will it wash out in the water, or is it always in the blood?”

La inocencia perdida

Otro de los grandes temas de la película -y que quizá pase más desapercibido- es el de la pérdida de la inocencia de los niños ante un mundo adulto lleno de violencia, idea desarrollada a través del personaje de Klara. A lo largo de la cinta vemos constantemente una contraposición entre el mundo de los niños y el de los adultos, y la incapacidad de los segundos para entender y escuchar a los primeros.  De hecho, esto es el desencadenante de todo el conflicto: Klara se encariña con Lucas porque es el único adulto que parece escucharla, juega con ella, le deja pasear con Fanny, se lleva bien con el resto de los niños, y la lleva a la guardería cuando sus padres discuten. Por ello se enfada cuando Lucas no le corresponde, cuando este le dice que le dé el corazón a otro niño y marca la distancia con ella haciendo referencia al mundo de los adultos. Este nuevo rechazo, como el que vive en su casa, junto con las imágenes explícitas que su hermano y amigos le enseñan, son lo que desencadena todo el desastre.

A partir de aquí, la película nos deja claro que son los adultos y la violencia que impera en su mundo la que hace que la situación no se pueda revertir. Aunque Klara dice en repetidas ocasiones que se inventó la acusación, nadie parece dispuesto a escucharla. Con esto no digo que se trate de una situación fácil, más aún cuando hablamos del testimonio y la posible victimización de un menor, pero vemos con impotencia como, una vez sembrada la duda, son las inseguridades y miedos de los adultos (¿hemos dejado que ocurra esto? ¿Cómo no nos dimos cuenta? ¿Hay alguien así entre nosotros?) los que impiden que escuchen a Klara, llegando a presionarla para moldear su discurso, hasta el punto de que la niña dude de su propia realidad (Si uno se fija, ella solo habla mal de Lucas cuando la presionan para hacerlo). Por otra parte, continuamente su personaje refuerza la idea de la inocencia (su reacción al ver nevar, su deseo de jugar con Fanny y que todo sea normal otra vez), mientras que los adultos se encargan de negarla, diciéndole claramente que ella no puede “estar bien”. Pero Klara sí sufrirá (y mucho) por lo ocurrido, llegando a ser también víctima de esta espiral de violencia.

Estas ideas -y la película en sí misma- llegan su catarsis en la escena de la iglesia (como plasma el siguiente cuadro pintado para la ocasión por el artista Ferran Sedó, a quién agradezco su colaboración). Lucas, harto de toda esta situación, decide hacer lo que habría hecho cualquier nochebuena, ir a escuchar el coro de los niños de la guardería. Llega y se sienta en uno de los bancos, con la cabeza todo lo alta que sus heridas le permiten, y bajo la mirada entre atónita y criminalizadora del resto de vecinos, intenta reivindicar su derecho a estar allí. El coro aparece, y las voces angelicales de los niños suenan, recreando una emotiva escena de navidad. Klara intenta cantar, inocente, hasta que ve a Lucas y vuelve a sentirse mal. Éste mira a su mejor amigo, quien por fin se da cuenta de su error. Lucas finalmente explota, entre la rabia y el llanto, entre golpes que recuerdan a abrazos de desesperación. Entonces, el coro para de cantar. De nuevo, los adultos no dejan a los niños ser niños.

Al principio de la película, cuando Klara dice la frase fatídica que desencadena toda la historia, acto seguido pregunta si “¿Papá Noel vendrá este año?” Finalmente, en Nochebuena el padre de Klara comprende su error y le dice, como si nos hablara directamente a los espectadores: “El mundo está lleno de maldad, pero si nos apoyamos mutuamente, desaparece”, algo que los adultos parecen incapaces de hacer.

Estando juntos, ¿el mal realmente desaparece? Definiendo comunidad

Cuando doy clase de teorías criminológicas a menudo me ocurre que termino con la sensación de que los alumnos no terminan de entender a qué me refiero cuando les hablo del término “comunidad”. En realidad, su confusión es lógica, porque ni siquiera muchos investigadores sabemos de qué hablamos cuando hablamos de comunidad. Esto es un problema si tomamos en cuenta que esta es clave en la explicación de la delincuencia que dan la mayoría de las teorías criminológicas (por ejemplo, cuando decimos que las comunidades transmiten valores desviados), para la prevención el delito (tomemos como ejemplo el concepto de eficacia colectiva de Sampson et al. 1997) o para el proceso de reinserción, en tanto es la comunidad quién debe acoger a las personas que salen de prisión.

Esta problemática fue tratada por Leighton en un texto de 1988, donde el autor abogaba -ante la multitud de aproximaciones al término comunidad dentro de la criminología- por huir de la definición más clásica y extendida del concepto localizado de comunidad, para adoptar uno más estructuralista centrado en la red de relaciones que se establecen entre sus miembros y los distintos grupos que en ella se forman. Por otra parte y desde el campo de la justicia restaurativa, se ha defendido que una comunidad reintegradora que reprenda el comportamiento desviado haciendo reflexionar al delincuente, pero que a su vez permita que este pueda volver a ella, puede ser una orientación más positiva que el control penal clásico orientado al castigo (ver, por ejemplo, el concepto de vergüenza reintegradora de Braithwaite, 1889).

En esta película observamos todo lo contrario, mostrándonos una comunidad estigmatizadora. Además, esta idea relacional de comunidad se ve reflejada a lo largo de la cinta, ya que desde el mismo momento en que la denuncia a Lucas se produce, los vecinos empiezan a reunirse alrededor de la familia afectada. La comunidad, podríamos decir, está actuando de forma positiva para con los padres de Klara, mientras que juntos se aseguran también de hacer saber a Lucas que ya no es bienvenido en el pueblo. De hecho, esta acción conjunta no es para nada desorganizada, todo lo contrario, ya que parece responder a los valores más arraigados de la sociedad en la que dicha comunidad se inserta.

La comunidad, pues, es a la vez capaz de lo mejor y lo peor, mostrando su enorme potencial positivo para establecer una red de apoyo para sus miembros, pero también siendo capaz del castigo más bárbaro cuando se sienten en peligro. La comunidad, además, ni es pasiva ni es un sitio. La comunidad es el intrincado sistema de relaciones que se establece entre las personas, y Lucas ha perdido su derecho a formar parte de ella, por lo que dicho sistema es capaz de organizarse de forma activa para expulsarlo.

El Cazador cazado

El epílogo de la película ocurre al cabo de un año, donde volvemos al principio, al grupo de amigos y sus familias reunidas para ir a cazar. Esta vez, pero, el tono es más sereno. Lucas llega con expresión de triunfo, ha limpiado su nombre y va, uno a uno, saludando a aquellos que hasta hace poco le dieron la espalda. Se reúnen todos alrededor de una mesa para celebrar que Marcus ya no es un niño (de nuevo, la inocencia perdida), que ahora es un hombre y ya puede cazar, igual que los demás adultos intentaron cazar a su padre tiempo atrás. Igual que cazaron a Fanny. Todo parece ser como antes, pero hay algo diferente, aunque Lucas parezca no darse cuenta.

Aquí ocurre un momento clave y es el reencuentro inevitable entre Lucas y Klara.  Esta vez, las líneas que impedían a Klara llegar a casa, que la separaban de sus padres, la separan de Lucas. Pero Lucas, creyendo que ha dejado atrás, vuelve a ayudarla como había hecho siempre, cogiéndola en brazos y la ayudándola a sortear sus miedos. De nuevo, todo parece ser como antes, pero no lo es. Aquí vemos otra vez la diferencia entre niños y adultos, Klara está feliz, ha recuperado a su amigo, y todo podrá volver a la normalidad. Pero Lucas no tarda en dejarla en el suelo para que vuelva con sus padres. Y nosotros, los espectadores, volvemos a entrar en tensión, ¿y si alguien los ve? ¿Qué pensarán? ¿Por qué se arriesga de este modo con todo lo que ha pasado? Lo cierto es que Lucas sigue, como en el supermercado, empeñado en seguir llevando su vida como si nada hubiera pasado, más ahora que se ha demostrado inocente. Y, sin embargo, algo nos sigue pareciendo raro, algo nos parece “mal”, aunque no sea la palabra que queramos encontrar.

Así llegamos al final de la película. A la cacería. Vemos a Lucas junto a un árbol, observando a los ciervos, que pasean tranquilos, sin saber que en cualquier momento su vida terminará abruptamente. El rostro de Lucas es sereno, y bajo la luz del atardecer y el sonido tranquilo del bosque, parece entender algo. Esos ciervos, antes presas, le recuerdan a él mismo. Quizá si el acusado hubiera sido otro, él también habría participado en la cacería. De nuevo, sin saber por qué, la tensión crece, algo está mal, aunque sigamos sin saber por qué. Y de golpe lo oímos, el sonido fatal. Un disparo en forma de mensaje: No nos hemos olvidado. El triunfalismo desaparece de la cara de Lucas para dejar paso de nuevo al miedo. Da igual que le crean algunos, da igual que la justicia diga que es inocente, porque “su mancha” nunca desaparecerá.

El detalle más importante, sin embargo, es que no vemos quién dispara. Tan solo es una sombra, una figura que se intuye, pero no reconocible. Por qué no importa quién sea, porque podría ser cualquiera. Esa sombra, en realidad, somos todos, la comunidad, los espectadores. Porque, aunque la película nos sitúa en una posición de superioridad moral (“yo apoyaría a Lucas”), también nos hace mirarnos al espejo y reconocer que el etiquetamiento, la criminalización y exclusión de los “diferentes” son elementos que forman parte de nuestra sociedad y en los cuales participamos. Y los criminólogos haríamos bien en tener esto en cuenta y explorar cómo podemos pasar de comunidades estigmatizantes, a comunidades más igualitarias que reintegren.

Y entonces, al llegar los créditos es cuando, con temor, nos damos cuenta que quizá somos nosotros, los espectadores, quienes al final apretamos el gatillo.

Albert Pedrosa

Referencias

– Braithwaite, J. (1989). Crime, Shame and Reintegration.  Cambridge University Press

– LeBel, T., y Maruna, S. (2012) Life on the Outside: Transitioning from Prison to the Community. 657-683. En: The Oxford Handbook of Sentencing and Corrections, Editado por Petersilia, J. y Reitz, K. Oxford University Press.

– Leighton, B. (1988). The community concept in criminology: Toward a social network approach. Journal of Research in Crime and Delinquency25(4), 351-374. https://doi.org/10.1177/0022427888025004003

– Levenson, J., y Tewksbury, R. (2009). Collateral damage: Family members of registered sex offenders. American Journal of Criminal Justice34(1-2), 54-68. https://doi.org/10.1007/s12103-008-9055-x

– Sampson, R. J., Raudenbush, S. W., y Earls, F. (1997). Neighborhoods and violent crime: A multilevel study of collective efficacy. science277(5328), 918-924. https://doi.org/10.1126/science.277.5328.918

Otros post de POSTCULTURAS que te pueden interesar

Pin It on Pinterest