Introducción[1]
Los desafíos a los que se enfrenta el planeta han visto incrementada su peligrosidad con el resurgimiento de una partícula diminuta, pero a su vez muy temida, el virus SARS-CoV-2. Esta forma de virus no ha sido la primera en aparecer, pues ya se conocían algunos tipos de coronavirus y otros similares, sin embargo, la capacidad de transmisión ha sido una de las características más notorias causando gran preocupación y erigiéndose como una amenaza para la salud pública (Wang, Wang, Ye, & Liu, 2020).
La familia de coronavirus, normalmente, tiene como principal reservorio alguna especie de origen animal. En la actualidad, se desconoce el reservorio natural y el agente transmisor a los humanos del SARS-CoV-2, siendo necesario profundizar más en las investigaciones en torno a esta cuestión (Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, 2021), pero si se disponen de varias hipótesis donde algunos autores han identificado este virus en algunas especies animales como pangolines decomisados en mercados asiáticos, ello sugiere la posibilidad de que esta especie sea un huésped en la aparición de este tipo de virus (Lam, et al., 2020). Como se observa, existe cierta atención sobre las interacciones humanas con el reino animal como posible mecanismo de transmisión de este tipo de virus pues los estudios han demostrado esta relación con otros coronavirus (Saif, 2004). Aunque ha existido cierta controversia sobre los diferentes mecanismos de transmisión, en especial, por la posible afección a animales de compañía como gatos, los datos disponibles son pocos para poder determinar la posible transmisión desde animales a humanos, siendo la principal vía la originada de humano a humano (Organización Mundial de Sanidad Animal, 2020).
Como vemos de esa interacción humanos y naturaleza surgen desequilibrios que pueden desestabilizar el conjunto de las especies que conviven en el mismo planeta. Una de las principales vías para hacer frente a este desequilibrio causado -principalmente- por las actividades antrópicas se centra en la biodiversidad. No obstante, no basta con conservarla, los datos y evidencias que se vinculan al cambio climático sugieren que es necesario un cambio trascendental en esa interacción antes comentada, pues como observamos las presiones a las que hemos sometido al planeta evidencian un efecto negativo de alcance global y sin precedentes, incluso sobre la especie humana.
El cambio climático guarda relación directa e indirecta sobre algunas de las causas vinculadas a la pérdida de la biodiversidad en general, de tal forma que la destrucción de ecosistemas se erige como una de las principales causas que afectan a la biodiversidad. Según algunos estudios se constata una degradación de los bosques, alcanzando cifras de casi 30 millones de hectáreas, donde los incendios son una de las causas principales de la deforestación, sin embargo, vemos como no son las únicas causas, pues la transformación de los usos del suelo también afecta a este daño ambiental (Pérez-García, 2020). En los ecosistemas acuáticos también se evidencia esa afección antrópica, donde la sobrepesca, los cambios físico-químicos ocasionados por algunas actividades humanas e incluso, la contaminación acústica están afectando al principal reservorio de biodiversidad existente, el medio marino (Morelle-Hungría, 2020). Por ello, es necesario y prioritario preservar la diversidad biológica y, además, reparar aquellos hábitats o ecosistemas afectados por la acción antrópica. La importancia de la biodiversidad y el desarrollo sostenible es esencial y con mayor prioridad cuando hablamos de mares y océanos.
En un planeta donde su mayor composición se configura sobre el agua no es extraño pensar que la mayor biodiversidad también se pueda concentrar sobre ese mismo componente. La importancia de ese manto azul que desde el espacio puede verse se configura como un mecanismo esencial para la salud del planeta. Los recursos vinculados a mares y océanos son finitos y también desconocidos, pero a la vez esenciales para el equilibrio de las especies que cohabitan en el planeta azul y para las relaciones que pueden existir entre ellas. Tal como sostiene las Naciones Unidas (2021) “en ningún otro ámbito la importancia para el desarrollo sostenible es más esencial que en los océanos.”
La gran riqueza biológica es una de las características más sustanciales que mares y océanos tienen en su relación con la protección de la salud pública, y ello se evidencia más en la situación de pandemia actual. Algunos estudios recientes han puesto de relevancia la importancia de la biodiversidad marina para hacer frente al SARS-CoV-2, de tal forma que un fármaco antitumoral ha sido analizado como mecanismo para hacer frente al virus. Las terapias antivirales han sido analizadas durante esta época, denominada “nueva normalidad” con resultados preliminares esperanzadores, donde una molécula denominada plitidepsina de origen marino dispone de una potencia antiviral para hacer frente al virus (White, et al., 2021).
¿Puede algo tan diminuto ser una amenaza a la seguridad nacional?
Las enfermedades emergentes y, en especial las zoonosis, que han aparecido a lo largo de las últimas décadas han creado situaciones globales de emergencia sanitaria. Los riesgos derivados de estas enfermedades van más allá de su incidencia sobre la salud pública, observamos como las consecuencias de estas enfermedades infecciosas inciden de forma directa sobre diversos factores que pueden afectar a la seguridad nacional. Los flujos migratorios pueden verse alterados, así como la ocupación del suelo, la aparición de conflictos e incluso, el transporte de mercancías, bien de forma directa como indirecta. A lo largo de las últimas décadas hemos sido testigos de la aparición de determinadas enfermedades infecciosas vinculadas a la salud pública como consecuencia, entre otras, de los usos que hacemos de algunas especies animales. Recordemos la gripe aviar ocasionada por diferentes virus: A(H5N1), A(H7N9) y A(H9N2), cuya infección en humanos parece estar relacionada con el contacto con diferentes aves utilizadas por la especie humana para sus actividades comerciales y/o alimentarias (Organización Mundial de la Salud, 2018).
Ante estas situaciones donde los riesgos por las interacciones con otras especies parecen tener vinculación con la aparición de algunas enfermedades infecciosas, la especie humana parece, en ocasiones, obviar la importancia de esta cuestión. Presenciamos como se continúa deteriorando las condiciones de la naturaleza, de los ecosistemas, de los hábitats, de las especies en general. El cambio climático sigue acechando a todas las especies del planeta azul y es necesario ahora más que nunca, reducir las vulnerabilidades existentes frente a estas nuevas situaciones derivadas del (ab)uso por parte de nuestra especie frente al resto de recursos con los que coexistimos. Tal como se establece en la Estrategia de la Seguridad Nacional (2017), las epidemias y pandemias son uno de los problemas identificados frente a los cuales debemos incrementar los medios para poder reducir los riesgos existentes, reducir las vulnerabilidades de las especies y realizar una planificación frente a las nuevas situaciones que puedan derivarse. Este planteamiento debe realizarse desde un enfoque multinivel pues, como se ha comentado, son necesarios instrumentos holísticos y con un marcado carácter ecosistémico para poder hacer frente a estas situaciones, necesitando una respuesta de alcance global donde la coordinación interinstitucional será fundamental para alcanzar tal objetivo (Morelle-Hungría, 2020).
El cambio climático al cual nos hemos referido también supone una amenaza para la seguridad pues los efectos que se pueden derivar del mismo afectan a sectores clave. El cambio climático afecta a la movilidad de la especie humana en todo el planeta y junto con otras problemáticas que puedan derivarse, como puede ser la escasez de recursos hídricos, pueden surgir situaciones de conflicto entre la población derivando en la aparición de conductas delictivas (Morelle-Hungría, 2019). Asimismo, otros impactos también pueden incidir sobre la pérdida de la biodiversidad como consecuencia del cambio climático: la sobrepesca, los incendios forestales, el aumento del nivel del mar, los cambios de temperatura son algunos de los ejemplos que se han constatado (García Ruiz, 2019). El cambio climático puede generar la amplificación de algunas de las problemáticas existentes que suponen un riesgo y peligro para la biodiversidad, también pueden surgir algunas situaciones nuevas que afecten a los ecosistemas y sus componentes entre ellas la aparición de enfermedades nuevas o algunas que se considerasen ya extintas (Suárez, Asunción, Rivera, & al., 2020). A su vez, puede ser un autentico potenciador de situaciones de riesgo para la seguridad nacional (Presidencia del Gobierno, 2017).
La alteración en el equilibrio de los ecosistemas y los sistemas naturales ocasionados por el cambio climático y sus efectos aumenta el riesgo de aparición de zoonosis. Algunas actividades antrópicas tienen un impacto directo sobre los bosques lo que puede ocasionar la eliminación de barreras naturales que tienen algunas especies como mecanismos de defensa. Ante la eliminación de éstas y junto a un incremento en los usos agrícolas de ciertos hábitats se pueden abrir nuevas vías de contacto con algunas especies y con posibles enfermedades zoonóticas. Otra de estas actividades se centra sobre el tráfico de especies lo que puede propiciar estar en contacto con ciertos virus como los indicados en el presente e inclusive, con otros aún desconocidos (Suárez, Asunción, Rivera, & al., 2020).
Las amenazas vinculadas al cambio climático son de carácter global y tienen un marcado carácter antrópico, sin embargo, se observa como los impactos sobre los territorios del planeta son desiguales y afectarán de forma muy diversa a los habitantes del Norte y Sur del planeta. La vinculación entre algunas actividades que ocasionan la deforestación está relacionada con el tráfico de especies y la aparición de mercados legales e ilegales de especies animales con el incremento en el riesgo de la aparición de zoonosis.
La Criminología verde: un instrumento necesario
Si existe una disciplina que pueda comprender y analizar desde un punto de vista interdisciplinar y desde el planteamiento ecosistémico antes descrito el problema planteado en este breve análisis, es la Criminología verde. La razón de ser de esta perspectiva se fundamenta – entre otras – en la interacción entre las especies y la propia naturaleza, donde el análisis de los impactos antrópicos sobre el ambiente y las consecuencias derivadas de esta relación también forma parte de la esencia verde. Si buscamos una definición sobre Criminología verde podemos observar como existen diferentes acepciones y desde diferentes prismas, pero todas ellas encuentran un punto de unión, el daño ambiental. Sobre esa característica se pueden construir las definiciones que vienen siendo transformadas como consecuencia de la necesaria adaptación de nuestra disciplina, de tal forma que como sostiene Goyes (2018), podemos definir a la Criminología verde como “el marco conceptual que se inspira en el conocimiento criminológico para estudiar transgresiones cometidas contra los ecosistemas, los animales humanos y los animales no-humanos en las interacciones entre los humanos y nuestros entornos naturales”.
La perspectiva verde tiene mucho que aportar al análisis de la pérdida de la biodiversidad y su vinculación con problemas de bioseguridad. Algunas de las actividades antrópicas ya descritas han sido y siguen siendo uno de los campos de estudio de la Criminología verde la cual ha analizado de forma amplia los daños ambientales generados por el trafico de especies, por ejemplo (Lemieux, 2010) (Wyatt, 2012). Asimismo, de estas prácticas realizadas en el tráfico de especies silvestres se han sugerido vínculos entre el tráfico de especies con actividades terroristas lo cual evidencia la importancia que puede tener para la propia seguridad nacional (Brisman, Goyes, Mol, & South, 2017). Incluso hemos visto como han surgido, como consecuencia de la situación de pandemia, nuevos cambios en este tipo de actividades criminales, la vinculación del tráfico de especies con la cibercriminalidad ha derivado en una adaptación a esta nueva situación (Xu, Cai, & Mackey, 2020). Creemos conveniente matizar que la Criminología verde es una perspectiva que debe ser tenida en cuenta como instrumento esencial en la configuración de respuestas frente a daños ambientales.
Para concluir, es necesario hacer referencia a otro de los pilares de esta perspectiva, las víctimas. La categoría de víctima no se limita a la especie humana, sino que es necesario estudiar y analizar como se ven afectadas otras víctimas que han estado silenciadas durante mucho tiempo, el resto de las especies que también existen en el planeta. Este planteamiento fue expuesto por White (2013) (2018) al defender el posicionamiento de la Justicia ecológica que contempla el carácter global del daño ambiental, así como los daños sociales que puedan derivarse e inclusive, el alcance de estos (Hall & Varona, 2018).
Referencias bibliográficas
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[1] Este minipaper está incluido en las investigaciones llevadas a cabo por el autor dentro del proyecto:UJI-B2020-41- Respuestas legales de carácter sancionador frente al cambio climático como riesgo a la Seguridad Nacional.